En la obra la Consolación de la filosofía de Severino Boecio y en el comienzo del libro cuarto la mismísima suerte toma la palabra y le dice:
¿Por qué me culpas, Boecio? ¿Por qué te quejas de mí?
¿Que es lo que te he hecho? ¿Qué te quité de lo tuyo?
Recuerda que te recibí desnudo...
y que te amparé con Mis bienes.
Te di todo lo que tienes y te cuidé con amor...
¿No conocías mis costumbres? ¿No leíste mis hazañas?
Eres pues tan sólo
un hombre, igual que todos los hombres.
Un avaro, pedigueño, disconforme y ambicioso.
Gozaste de mis caprichos ufanándote ante todos,
y ahora que he decidido dejar de dártelo tanto
tú te quejas y reclamas en lugar de agradecer
todo el tiempo que fuiste poseedor de lo ajeno.
Aprende, pues, cuesta abajo lo que al subir no sabías.
Que tus honras y riquezas jamás te han pertenecido.
Siempre han sido mis esclavas, yo misma las he traído.
Y por supuesto al marcharme correrán detras de mí...
y no se quedarán contigo.
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